lunes, marzo 31, 2008

El mundo es uno solo

Primero que nada, quiero agradecerles por hacer tan emocionante el posteo anterior. Fue muy divertido discutir con todos y cada uno de ustedes, por eso mismo tardé tanto tiempo en hacer un posteo nuevo, no quería que quedaran cosas por decir.

Quiero, además, presentar públicamente mi nuevo blog: genealógico.
Es una iniciativa de mi viejo (padre),
novienvre para el ámbito blogger, que me pareció muy buena. Todavía está en gestación, claro, pero la idea es que también lo gestione mi abuelo, apenas pueda hacerme una escapada hasta su casa y enseñarle a usar blogspot.
Vamos a charlar sobre distintos temas, cada uno desde su punto de vista y el de su generación. Creo que se va a poner interesante, visto que tenemos más o menos 20, 40 y 70 años.
En fin, ahí está, para quien quiera verlo.


Ahora vamos al tema central del posteo:
Ayer estaba poniendo un poco de esencia en un disco que tengo que se pone alrededor de una lámpara y usa el calor de ésta para evaporar el líquido y así perfumar el ambiente. Bueno, no importa si lo entendieron, la cosa es que estaba viendo una lámpara y me di cuenta de que en vez de la bombilla común tenía una de bajo consumo. Ante mi pregunta, mi madre me contó que pasaron empleados del estado cambiando dos bombillas comunes por otras dos de bajo consumo, que se sabe son más caras pero menos contaminantes. Hoy averiguando sobre el tema encontré este videíto y creo que puede ayudar a tomar conciencia:



No es lo único interesante que tiene greenpeace, claro está.
También leí la opinión que tienen acerca del conflicto del campo, desde un punto de vista en defensa del medio ambiente, lógico. Acá está.
Reafirmé de esta manera mi decisión de hacerme activista de greenpeace apenas pueda ser de utilidad. Hay que cuidar nuestro mundo antes que cualquier otra cosa, porque si lo destruimos ya nada más va a importar.

Post Scriptum:
Empecé a usar un cuaderno para anotar lo que se me va ocurriendo.
Ya tengo unos textos a espera de ser publicados, un par de frases y una lista de nombres sin demasiado sentido que causaron la risa de mis compañeros esta mañana. Se lo recomiendo a todos, evita que el trajín diario deje ir los pensamientos interesantes.

sábado, marzo 22, 2008

Libro de quejas

Los últimos posteos fueron color celeste, cargados de halagos (agradecido estoy), flores y trivialidades. Hoy tengo ganas de más, tengo ganas de airear un poco las brasas. Estoy discutiendo siempre en otros blogs y nunca en el mío, asique voy a poner tres opiniones sobre tres temas diferentes y ustedes me dirán qué piensan al respecto, sobre cualquiera de las tres. En lo posible, sobre la que les genere más conflicto, así le damos un poco de emoción a la cosa!

Salió en el Página 12 del día de hoy una nota al Dr. Gustavo Oliva, director del Colegio Nacional Rafael Hernández, al que asistía yo hasta el año pasado. El titular era "Hay que terminar con el elitismo". Para ponerlos en situación, el "Nacio" es uno de los mejores colegios secundarios de mi ciudad, público. Tiene una infraestructura espectacular, una computadora por aula y los mejores profesores (especialmente desde el punto de vista humano) entre otras cosas. Ingresan alrededor de 250 alumnos por año, por modalidad de sorteo. Me parece MAL que se ingrese por sorteo y, por ese motivo, me parece una payasada eso de terminar con el elitismo. Habiendo disfrutado mucho del colegio durante los seis años que pasé en él, considero que es el mejor de la ciudad. Tuve compañeros que se llevaban hasta catorce materias, y el colegio, para evitar la repitencia, bajaba la exigencia y por ende, el nivel. Creo que cada uno debería ganarse el lugar en semejante colegio por medio de un examen, para después saber valorar todas las ventajas que tiene sobre los demás secundarios. Díganme elitista si quieren, sé que lo soy y no me molesta, porque es así como pienso.

Babasónicos es una mierda. El hecho de que tengan un guitarrista, un cantante, y no se sabe a ciencia cierta si un bajo, no los hace buenos músicos. ¿Cómo alguien puede considerar que: "volverte muy putita, comer tu galletita con toda devoción" es letra de una canción decente por lo menos? Hay muchísima gente esforzándose por hacer música de verdad y letras con poesía, los grupos como este son una falta de respeto a todos ellos. Escucharlo un rato porque resulta divertido no me parece mal, pero desde el punto de vista musical-creativo es, sin lugar a dudas, indefendible. Y mejor no hablar de otros como miranda, o de la cumbia en sí.

Lo mas grande que te puede ocurrir es que ames, y seas correspondido.

martes, marzo 18, 2008

Fragmentos

La vida cabe en un clic,
en un abrir y cerrar,
en cualquier copo de avena.
Se trata de distinguir
lo que vale de lo que no vale la pena.
Y a mí me vale con que
me des poco más que nada.
A mí me basta con una de tus miradas.

Causa y efecto - Jorge Drexler

Dirán que pasó de moda la locura,
dirán que la gente es mala y no merece,
más yo seguiré soñando travesuras
(acaso multiplicar panes y peces).

El necio - Silvio Rodríguez

Puedo ponerme humilde y decir que no soy el mejor
que me falta valor para atarte a mi cama,
puedo ponerme digno y decir toma mi dirección
cuando te hartes de amores baratos, de un rato me llamas.

A la orilla de la chimenea - Joaquín Sabina

Esto pasa cuando tengo ganas de decir cosas y no encuentro la manera idónea. No veo cómo redactar sin caer en situaciones desagradables por distintos motivos. Entonces, simplemente recurro a esos que tantas veces han dicho lo que yo siento con las palabras justas.
La única de estas tres canciones que está sonando en el blog en este momento es "El necio". Si alguien quiere escuchar una de las otras dos, pídala que la subo. Al fin y al cabo, no me canso de oírlas.

sábado, marzo 15, 2008

Quiero opiniones

Fue la gota que rebalsó el vaso. Como vi muchas mascotitas por todos lados, decidí adoptar una yo también, porque quedan lindas, es innegable. Entonces encontré el mono más divertido del mundo, fue amor a primera vista. Lo bauticé Mojo, como el recordadísimo monito de Homero. Pero cuando lo puse en el blog, no entraba!! Quedaba mal el borde!! Ya había tenido el mismo problema con otras imágenes, encima el modelo tenía muchos límites y cuadros realmente molestos. Me pudrí y cambié de plantilla. Ya que estaba, ordené mejor los elementos del sidebar, y cambié la música porque la otra ya aburría. Asique ahora sencillamente quiero saber qué les parece el nuevo diseño. Escucho propuestas, insultos, contradicciones, obviedades, aplausos, abucheos y si quieren atajo algún manzanazo.

jueves, marzo 13, 2008

En medio de la calle

Qué puede haber? Piedras, papeles, perros, autos, adoquines, motos, hojas, un palo, dos gotas de agua, un viento que viene de la montaña como la villa del sur... Pero niguna de estas cosas tiene relevancia, ganan sentido cuando nosotros, tirados en la vereda, las vemos. Y no solo las vemos, sino que las analizamos, nos fijamos en cada detalle como si nada más importara. Sacamos conclusiones y las compartimos con los otros. Un rato después nos damos cuenta de que lo que estamos haciendo es al pedo, y pasamos a lo realmente importante: la gente que hay en la calle. Gente cualquiera? Poch dice que sí, para mí no. Toda esa gente entra y sale de nuestra vida en un par de segundos, o eso parece. Yo siempre pienso que tal vez alguna de esas personas ya haya formado parte de nuestro presente en otro momento, y quién sabe si no lo formarán en un futuro... Por ahí dentro de dos años me enamoro de la chica de remera azul que avanza a paso lento y constante por la vereda de enfrente, andá a saber. Estás loco, me dice Nico. Bueno, vayamos a hechos más concretos, le contesto. Esa mina que viene ahí, la reconocés? Negativa. Yo sí. Para vos es una cualquiera, pero para mí es una persona importantísima. Durante varios años fue al mismo curso que yo, y la consideraba una más del montón. Después tuve una relación con ella, y ahora ambos simulamos que el otro es del montón, vas a ver que ni siquiera me saluda. Efectivamente, pasa sin pena ni gloria, ni una mirada siquiera. Nico se queda pensando, aprovechamos la pausa en la conversación para disfrutar cada uno su sanguche, merecidísimo después de cinco horas estudiando, y previo a otras tres. Estás loco, me vuelve a decir. Risas generales, Poch comenta sobre lo buena que está una mina que viene caminando y fin de la charla.
Qué quiero decir con todo esto? "La panqueque" que salta un charco es la novia de Julián, un compañero de Barto. Esa flaca de tan lindas proporciones es Mariana, de quinto quinta. Todas y cada una de las personas que te vas cruzando en la vida tienen una vida propia, que quizás en otro momento deje de ser paralela a la tuya y la corte en más de un punto, realmente es un despropósito tratarlas de "cualquiera".
Me acuerdo de cuando estaba sentado en el fondo del aula de química hace mucho tiempo ya, entró nuestra nueva profesora, Ruth Franks, y un comentario llegó hasta mi desde la derecha: uh, la hija de esta mina está buenísima! Un dato poco importante en ese momento. Hoy sé que esa chica de la que hablaba Ale se llama Flor, no solo eso, sino que casi todos los días discuto con ella por alguna idiotez en la facultad.
Las idas y venidas de las personas siempre me llamaron la atención. Será por eso que Nico piensa que estoy loco, porque me cuesta ver a una persona y no imaginarme qué pasaría si nuestras vidas se cruzaran. Entonces hago lo posible por conocer gente, aunque sea solo por conocerla, todos tienen cosas interesantes, y realmente está buenísimo poder verlas. Mirá si me estoy perdiendo a un amigo de fierro, o al amor de mi vida.
Diógenes de Sínope dijo "Cuanto más conozco a la gente más quiero a mi perro."
Aldous Huxley dijo "Todos los hombres son dioses para su perro. Por eso hay gente que ama más a sus perros que a los hombres."
Tomá gil, chupate esa mandarina! Aguante la gente.

martes, marzo 11, 2008

Un aporte a la cultura

LA GALLINA DEGOLLADA

Todo el día, sentados en el patio, en un banco estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos, y volvían la cabeza con la boca abierta.
El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.
Otra veces, alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando al tranvía eléctrico. Los ruidos fuertes sacudían asimismo su inercia, y corrían entonces, mordiéndose la lengua y mugiendo, alrededor del patio. Pero casi siempre estaban apagados en un sombrío letargo de idiotismo, y pasaban todo el día sentados en su banco, con las piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantalón.
El mayor tenía doce años y el menor, ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.
Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido un día el encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer, y mujer y marido, hacia un porvenir mucho más vital: un hijo. ¿Qué mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación?
Así lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó, a los catorce meses de matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura creció bella y radiante, hasta que tuvo año y medio. Pero en el vigésimo mes sacudiéronlo una noche convulsiones terribles, y a la mañana siguiente no conocía más a sus padres. El médico lo examinó con esa atención profesional que está visiblemente buscando las causas del mal en las enfermedades de los padres.
Después de algunos días los miembros paralizados recobraron el movimiento; pero la inteligencia, el alma, aun el instinto, se habían ido del todo; había quedado profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su madre.
—¡Hijo, mi hijo querido! —sollozaba ésta, sobre aquella espantosa ruina de su primogénito.
El padre, desolado, acompañó al médico afuera.
—A usted se le puede decir: creo que es un caso perdido. Podrá mejorar, educarse en todo lo que le permita su idiotismo, pero no más allá.
—¡Sí!... ¡Sí! —asentía Mazzini—. Pero dígame: ¿Usted cree que es herencia, que...?
—En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que creía cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hay allí un pulmón que no sopla bien. No veo nada más, pero hay un soplo un poco rudo. Hágala examinar detenidamente.
Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobló el amor a su hijo, el pequeño idiota que pagaba los excesos del abuelo. Tuvo asimismo que consolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo más profundo por aquel fracaso de su joven maternidad.
Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de otro hijo. Nació éste, y su salud y limpidez de risa reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los dieciocho meses las convulsiones del primogénito se repetían, y al día siguiente el segundo hijo amanecía idiota.
Esta vez los padres cayeron en honda desesperación. ¡Luego su sangre, su amor estaban malditos! ¡Su amor, sobre todo! Veintiocho años él, veintidós ella, y toda su apasionada ternura no alcanzaba a crear un átomo de vida normal. Ya no pedían más belleza e inteligencia como en el primogénito; ¡pero un hijo, un hijo como todos!
Del nuevo desastre brotaron nuevas llamaradas del dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto por punto repitióse el proceso de los dos mayores.
Mas por encima de su inmensa amargura quedaba a Mazzini y Berta gran compasión por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la más honda animalidad, no ya sus almas, sino el instinto mismo, abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro. Animábanse sólo al comer, o cuando veían colores brillantes u oían truenos. Se reían entonces, echando afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial. Tenían, en cambio, cierta facultad imitativa; pero no se pudo obtener nada más.
Con los mellizos pareció haber concluido la aterradora descendencia. Pero pasados tres años desearon de nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el largo tiempo transcurrido hubiera aplacado a la fatalidad.
No satisfacían sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que se exasperaba en razón de su infructuosidad, se agriaron. Hasta ese momento cada cual había tomado sobre sí la parte que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redención ante las cuatro bestias que habían nacido de ellos echó afuera esa imperiosa necesidad de culpar a los otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores.
Iniciáronse con el cambio de pronombre: tus hijos. Y como a más del insulto había la insidia, la atmósfera se cargaba.
—Me parece —díjole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las manos—que podrías tener más limpios a los muchachos.
Berta continuó leyendo como si no hubiera oído.
—Es la primera vez —repuso al rato— que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.
Mazzini volvió un poco la cara a ella con una sonrisa forzada:
—De nuestros hijos, ¿me parece?
—Bueno, de nuestros hijos. ¿Te gusta así? —alzó ella los ojos.
Esta vez Mazzini se expresó claramente:
—¿Creo que no vas a decir que yo tenga la culpa, no?
—¡Ah, no! —se sonrió Berta, muy pálida— ¡pero yo tampoco, supongo!... ¡No faltaba más!... —murmuró.
—¿Qué no faltaba más?
—¡Que si alguien tiene la culpa, no soy yo, entiéndelo bien! Eso es lo que te quería decir.
Su marido la miró un momento, con brutal deseo de insultarla.
—¡Dejemos! —articuló, secándose por fin las manos.
—Como quieras; pero si quieres decir...
—¡Berta!
—¡Como quieras!
Éste fue el primer choque y le sucedieron otros. Pero en las inevitables reconciliaciones, sus almas se unían con doble arrebato y locura por otro hijo.
Nació así una niña. Vivieron dos años con la angustia a flor de alma, esperando siempre otro desastre. Nada acaeció, sin embargo, y los padres pusieron en ella toda su complaciencia, que la pequeña llevaba a los más extremos límites del mimo y la mala crianza.
Si aún en los últimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, al nacer Bertita olvidóse casi del todo de los otros. Su solo recuerdo la horrorizaba, como algo atroz que la hubieran obligado a cometer. A Mazzini, bien que en menor grado, pasábale lo mismo. No por eso la paz había llegado a sus almas. La menor indisposición de su hija echaba ahora afuera, con el terror de perderla, los rencores de su descendencia podrida. Habían acumulado hiel sobrado tiempo para que el vaso no quedara distendido, y al menor contacto el veneno se vertía afuera. Desde el primer disgusto emponzoñado habíanse perdido el respeto; y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado con cruel fruición es, cuando ya se comenzó, a humillar del todo a una persona. Antes se contenían por la mutua falta de éxito; ahora que éste había llegado, cada cual, atribuyéndolo a sí mismo, sentía mayor la infamia de los cuatro engendros que el otro habíale forzado a crear.
Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores afecto posible. La sirvienta los vestía, les daba de comer, los acostaba, con visible brutalidad. No los lavaban casi nunca. Pasaban todo el día sentados frente al cerco, abandonados de toda remota caricia. De este modo Bertita cumplió cuatro años, y esa noche, resultado de las golosinas que era a los padres absolutamente imposible negarle, la criatura tuvo algún escalofrío y fiebre. Y el temor a verla morir o quedar idiota, tornó a reabrir la eterna llaga.
Hacía tres horas que no hablaban, y el motivo fue, como casi siempre, los fuertes pasos de Mazzini.
—¡Mi Dios! ¿No puedes caminar más despacio? ¿Cuántas veces...?
—Bueno, es que me olvido; ¡se acabó! No lo hago a propósito.
Ella se sonrió, desdeñosa: —¡No, no te creo tanto!
—Ni yo jamás te hubiera creído tanto a ti... ¡tisiquilla!
—¡Qué! ¿Qué dijiste?...
—¡Nada!
—¡Sí, te oí algo! Mira: ¡no sé lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa a tener un padre como el que has tenido tú!
Mazzini se puso pálido.
—¡Al fin! —murmuró con los dientes apretados—. ¡Al fin, víbora, has dicho lo que querías!
—¡Sí, víbora, sí! Pero yo he tenido padres sanos, ¿oyes?, ¡sanos! ¡Mi padre no ha muerto de delirio! ¡Yo hubiera tenido hijos como los de todo el mundo! ¡Esos son hijos tuyos, los cuatro tuyos!
Mazzini explotó a su vez.
—¡Víbora tísica! ¡eso es lo que te dije, lo que te quiero decir! ¡Pregúntale, pregúntale al médico quién tiene la mayor culpa de la meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmón picado, víbora!
Continuaron cada vez con mayor violencia, hasta que un gemido de Bertita selló instantáneamente sus bocas. A la una de la mañana la ligera indigestión había desaparecido, y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han amado intensamente una vez siquiera, la reconciliación llegó, tanto más efusiva cuanto infames fueran los agravios.
Amaneció un espléndido día, y mientras Berta se levantaba escupió sangre. Las emociones y mala noche pasada tenían, sin duda, gran culpa. Mazzini la retuvo abrazada largo rato, y ella lloró desesperadamente, pero sin que ninguno se atreviera a decir una palabra.
A las diez decidieron salir, después de almorzar. Como apenas tenían tiempo, ordenaron a la sirvienta que matara una gallina.
El día radiante había arrancado a los idiotas de su banco. De modo que mientras la sirvienta degollaba en la cocina al animal, desangrándolo con parsimonia (Berta había aprendido de su madre este buen modo de conservar la frescura de la carne), creyó sentir algo como respiración tras ella. Volvióse, y vio a los cuatro idiotas, con los hombros pegados uno a otro, mirando estupefactos la operación... Rojo... rojo...
—¡Señora! Los niños están aquí, en la cocina.
Berta llegó; no quería que jamás pisaran allí. ¡Y ni aun en esas horas de pleno perdón, olvido y felicidad reconquistada, podía evitarse esa horrible visión! Porque, naturalmente, cuando más intensos eran los raptos de amor a su marido e hija, más irritado era su humor con los monstruos.
—¡Que salgan, María! ¡Échelos! ¡Échelos, le digo!
Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a dar a su banco.
Después de almorzar salieron todos. La sirvienta fue a Buenos Aires y el matrimonio a pasear por las quintas. Al bajar el sol volvieron; pero Berta quiso saludar un momento a sus vecinas de enfrente. Su hija escapóse enseguida a casa.
Entretanto los idiotas no se habían movido en todo el día de su banco. El sol había traspuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirando los ladrillos, más inertes que nunca.
De pronto algo se interpuso entre su mirada y el cerco. Su hermana, cansada de cinco horas paternales, quería observar por su cuenta. Detenida al pie del cerco, miraba pensativa la cresta. Quería trepar, eso no ofrecía duda. Al fin decidióse por una silla desfondada, pero aun no alcanzaba. Recurrió entonces a un cajón de kerosene, y su instinto topográfico hízole colocar vertical el mueble, con lo cual triunfó.
Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron cómo su hermana lograba pacientemente dominar el equilibrio, y cómo en puntas de pie apoyaba la garganta sobre la cresta del cerco, entre sus manos tirantes. Viéronla mirar a todos lados, y buscar apoyo con el pie para alzarse más.
Pero la mirada de los idiotas se había animado; una misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermana mientras creciente sensación de gula bestial iba cambiando cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La pequeña, que habiendo logrado calzar el pie iba ya a montar a horcajadas y a caerse del otro lado, seguramente sintióse cogida de la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo.
—¡Soltáme! ¡Déjame! —gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída.
—¡Mamá! ¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! —lloró imperiosamente. Trató aún de sujetarse del borde, pero sintióse arrancada y cayó.
—Mamá, ¡ay! Ma. . . —No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo.
Mazzini, en la casa de enfrente, creyó oír la voz de su hija.
—Me parece que te llama—le dijo a Berta.
Prestaron oído, inquietos, pero no oyeron más. Con todo, un momento después se despidieron, y mientras Berta iba dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio.
—¡Bertita!
Nadie respondió.
—¡Bertita! —alzó más la voz, ya alterada.
Y el silencio fue tan fúnebre para su corazón siempre aterrado, que la espalda se le heló de horrible presentimiento.
—¡Mi hija, mi hija! —corrió ya desesperado hacia el fondo. Pero al pasar frente a la cocina vio en el piso un mar de sangre. Empujó violentamente la puerta entornada, y lanzó un grito de horror.
Berta, que ya se había lanzado corriendo a su vez al oír el angustioso llamado del padre, oyó el grito y respondió con otro. Pero al precipitarse en la cocina, Mazzini, lívido como la muerte, se interpuso, conteniéndola:
—¡No entres! ¡No entres!
Berta alcanzó a ver el piso inundado de sangre. Sólo pudo echar sus brazos sobre la cabeza y hundirse a lo largo de él con un ronco suspiro.

Horacio Quiroga