Es raro. Sí, es raro.
Estoy acostado en mi cama, en la que tantas veces estuve acostado, una situación que yo llamaría normal, así sin más. Por los rincones de mi cabeza suena como si viniera del más allá el ronroneo de Sabina en un tema melancólico. Ya no sé cuál es el tema, ya no me acuerdo de qué estaba por hacer, ya no veo si el ventilador está prendido o apagado, ni me importa, por más que el calor agobie.
De repente el adormecedor sonido se va, vuelvo a pensar en lo que me rodea, a razonarlo hasta verlo completamente claro. Cierto! Eso tenía que hacer! Ya es tarde? No, todavía no, pero me tengo que apurar. Dejo mis cosas en orden para no perder la costumbre, lo hago desde que entendí lo cómodo que es hacer lo que hay que hacer, para no tener que hacerlo luego. Agarro lo que necesito y me voy. En mi mente, ya totalmente despierta, solo pasan caras, pelotas y agua. No hay otra cosa en la que pensar. Le dedico toda mi energía a lo que decido hacer cuando decido hacerlo, de otra manera sentiría que ando con mediastintas, y eso no me gusta. Por lo tanto, adiós al estudio y las demás obligaciones, cuando haya satisfecho mi sed de actividad volveré a por ustedes.
Llego a mi destino, con el recuerdo de mis anteriores visitas latente, como suele pasar. Sin embargo, el panorama es muy diferente. Cada paso que había planificado la zona meticulosamente planificadora de mi cerebro se desvanece. Es raro, sí, pero es maravilloso también. Chau prototipo de día miércoles, chau semi-rutina, chau normalidad. Admito que en un primer momento me sentí impactado e inseguro, pero por suerte esa parte de mí que no conocía hasta hace unos días se pone en acción. Menos mal que la conocí, me está siendo de gran ayuda. Cuando el agua estaba por taparme, mi extroversión tira un mensaje fuera del tanque y alguien desde afuera abre la canilla de desagote. No me lo esperaba. Del mismo modo que no esperaba verme en mi insegura situación anterior, tampoco contaba con esta repentina sensación de comodidad, acompañada por una autosatisfacción inevitable al ver lo que soy capaz de hacer. Otro poco de aire para mi ego, que parece inflarse como siempre, intocable para cualquier alfiler. A veces es bueno, a veces es malo, pero es así, toda moneda tiene dos caras.
Mi entorno vuelve a la normalidad, todo se reestablece, pero ahora hay en mi día un elemento que por lo general no estaba, una persona por conocer. Me inclino por mi nuevo estado, ya habrá más tiempo para la rutina, hoy quiero disfrutar de esto que está pasando, que fluye espontáneamente, casi siempre a mi favor. Me pierdo en un torbellino de agua, cartas y rulos que dura toda la tarde, no veo pasar las horas. Tan solo me alejo de ella durante unos pocos minutos, en fugaces visitas a lo que me es habitual, pero vuelvo rápido, por temor a que se me escape una posibilidad rara vez vista. Oportunista, me dirán algunos, con bronca. En mi opinión, no es algo malo, todo lo contrario, hay mucho poder en aprovechar las oportunidades que nos da la vida.
Finalmente llega el fin. Mi compañera de este extraño miércoles pide que se repita, aunque sea un jueves. Qué más quisiera yo... Haré lo posible. Beso en la mejilla, sonrisa al pasar, amistad. La extraña sensación de que me estoy llevando algo que antes de venir no tenía y que en ningún momento hasta que vi su sonrisa afirmativa al son de "dale, jueguemos" planeé tener. Tuve que dejar de lado algunas cosas, lógico, toda decisión conlleva algún sacrificio, pero creo que salí ganando. O por lo menos eso me indica ese papelito con tres datos que se resumen en una palabra: confianza. La confianza de una persona que definitivamente me agrada, y estoy feliz de haber conocido.
miércoles, febrero 06, 2008
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